Marcos siempre había
sido un niño muy curioso. Ya desde pequeño, lo que más le gustaba era bajar a
la calle a explorar. Podía pasarse horas y horas recorriendo todos los rincones
de su pequeño pueblo, y lo más divertido era que siempre descubría algún detalle
nuevo que no había visto antes.
La historia que
quiero contarte sucedió una tarde de primavera. Y bueno, la verdad es que
Marcos no estaba haciendo nada especial esa tarde. Al fin y al cabo era un niño
de diez años bastante normal; tampoco es que estuviera viviendo aventuras
interesantes a todas horas… eso sólo pasaba en los videojuegos.
Esa
tarde de primavera, Marcos estaba en su habitación haciendo deberes de
matemáticas. Estaba muy concentrado: ¡Cuarto de primaria ya no era ninguna
tontería!
Frente a su escritorio
había una ventana que daba a la calle; desde allí podía ver a la gente y a los
coches pasar. Justo cuando levantó la mirada para repasar mentalmente la tabla
del 8, vio algo que le llamó tanto la atención que le sacó completamente de sus
pensamientos…
Se quedó mirando fijamente lo que le había
sorprendido al otro lado de la ventana: era una niña de su edad, sentada en el
bordillo de la acera, con una bicicleta morada apoyada a su lado. Estaba sola,
con la mirada perdida, como pensativa. A Marcos le extrañó muchísimo no haberla
visto nunca antes, ya que vivía en pueblo muy pequeño y conocía a todos los
niños de su edad, por lo menos de vista.
¿Qué hacía allí esa
niña sola? Marcos no pudo resistir su curiosidad, y decidió bajar a la calle a
hablar con ella.
—¡Hola! Soy Marcos.
¿Cómo te llamas? Nunca te he visto por el pueblo, y eso es muy raro, conozco a
casi todo el mundo…
Aunque ella parecía
desconfiada, al final le contestó.
—Hola… me llamo Sara.
No soy de aquí, vengo de otro pueblo que está un poco lejos; he venido con mi
bicicleta. Ahora he parado un rato para descansar.
—¡Ah! Vale, ahora lo
entiendo. ¿Y de qué pueblo eres?
—Soy de Silencio—,
contestó Sara.
—¿De Silencio? ¡Qué
nombre tan raro para un pueblo, me hace gracia! Nunca lo había oído nombrar.
Se quedaron un momento
sin hablar, y la curiosidad de Marcos por esa niña iba creciendo y creciendo,
tanto que hasta le picaba el estómago. Al final le preguntó:
—Oye… ¿y por qué estás
sola? ¿Dónde están tus amigos?
—Bueno, yo ya no tengo
amigos. En mi pueblo casi nadie tiene amigos; casi siempre estamos solos. Los amigos
sólo sirven para hacerte enfadar-. Sara se paró un momento para pensar, y
después siguió hablando—. Yo tenía dos amigas; éramos muy buenas amigas, pero
me enfadé con ellas porque un día bajaron a jugar sin mí y no me avisaron. Me
enfadé mucho y ya no he vuelto a ir con ellas.
—¿Pero por qué no te
avisaron? —le preguntó Marcos.
—¡Uy, no lo sé! ¿Cómo
iba a saberlo? ¡Ya me gustaría!
—Pero ¿se lo has
preguntado a ellas?
Sara se quedó
totalmente sorprendida.
—No, ¡claro que no!
¿Cómo iba a preguntárselo? —exclamó ella, extrañada.
—¡Pues no es tan
difícil! —dijo Marcos, intentando ayudarla—. Te acercas a ellas en cualquier
momento, cuando las veas, y les preguntas por qué no te avisaron. Les dices que
te molestó mucho, y lo entenderán. A lo mejor tienen una buena excusa y te la
pueden explicar.
—Hablas muy raro… —Sara
estaba frunciendo el ceño, confundida con lo que ese niño, que había aparecido
de repente de la nada, le decía—. Las cosas no son tan fáciles, ¿sabes? Tú no
lo entiendes porque eres de aquí. Si vinieras a Silencio, lo entenderías.
La curiosidad de Marcos
cada vez le picaba más y más… ¡le picaba demasiado! De hecho, hasta se rascó la
barriga, pero no le sirvió de nada. Quería conocer Silencio: ¡Tenía que conocer
Silencio! Si todos los niños de ese pueblo eran tan raros como Sara, tenía
entretenimiento asegurado. ¡Se acabó, ya no podía aguantar más!
—Sara, ¡llévame a
conocer Silencio!
Y así lo hicieron. Sara montó a Marcos en la
parte de atrás de su bici, y pedaleó, y pedaleó… hasta que llegaron a Silencio.
A primera vista parecía un pueblo muy normal, como cualquier otro. Pero lo que
no era muy normal eran sus habitantes. Casi todos iban solos, serios y
callados. No había grupos de niños jugando en la calle ni tampoco jóvenes
riendo en grupitos. Marcos vio a dos conductores fuera de sus coches,
peleándose, a punto de empezar a pegarse. Un matrimonio paseaba con su bebé,
pero no conversaban; los dos tenían las caras largas y venían mirando sus
teléfonos móviles, cada uno el suyo.
—¿Qué pasa en este
sitio, Sara? —, le preguntó Marcos a su nueva amiga—. La gente parece infeliz
en este pueblo. Veo muchas caras serias, otras de enfado… Todo el mundo está
callado…
—Silencio es así
—contestó ella—. Al principio te resultará raro, pero luego te acostumbrarás.
En este pueblo está mal visto hablar de uno mismo, de cómo te sientes, de lo
que estás pensando, de si algo te parece bien o te parece mal… Nunca damos
nuestra opinión sobre nada. Desde pequeños nos enseñan en el cole que, si
tienes un problema con alguien y estás enfadado, te lo tienes que callar para
evitar discutir. Aunque… a veces la gente no se puede aguantar el enfado y se
vuelve agresiva, y acaban portándose mal con los demás.
Marcos estaba
confundido. Ese pueblo, Silencio, era muy raro, y muy triste... Comenzó a
sentirse un poco triste él también. Se sentó en el escalón de un portal, al
lado de Sara. Entonces, la niña sacó algo de su bolsillo, y lo retuvo dentro de
su mano. Luego la abrió, para enseñarle a Marcos lo que guardaba.
Era un audífono, ese
pequeño aparato que se ponen algunos abuelos en las orejas cuando ya son
mayores y sus oídos, de tanto que han trabajado durante su larga vida, se
encuentran cansados y ya no oyen bien. El audífono ayuda a las personas mayores
a oír mucho mejor.
—Mira, Marcos—, explicó
Sara—, ¿sabes lo que es? Es un audífono; era de mi abuelo. Él me lo regaló. Me
dijo que es un audífono especial, es… mágico. Me contó que funciona tan bien,
tan bien… que, si te lo pones, llegas a oír hasta los pensamientos de las
personas de este pueblo. Nunca me he atrevido a probarlo… pero siempre lo llevo
encima, por si en algún momento lo necesito.
Y bueno, ¿ya habíamos
dicho que Marcos era muy curioso, verdad? Tardó menos de dos segundos en
decirle a Sara que quería probarlo. Estaba entusiasmado. Se colocó el audífono
en la oreja… Y se empezó a sentir muy raro, ¡parecía que funcionaba! Todo se
oía mucho más claro ahora…
Y, de pronto, para
Marcos Silencio se llenó de voces, voces de niños, voces de adultos, voces de
hombres y de mujeres… De hecho, justo pasó por delante de ellos un chico, y
Marcos pudo oír su pensamiento.
-Sara, ¡¡¡funciona!!!
Mira, ese niño ha pensado lo mucho que le gustaría acercarse a jugar con
nosotros, pero luego ha pensado que seguramente no vamos a querer jugar con él,
y en lugar de hablarnos ha pasado de largo… Pues vaya, ¡se ha perdido algo
genial! ¡Esto es muy divertido!
Y así estuvieron Marcos
y Sara lo que quedaba de tarde, paseando por las calles de Silencio, escuchando
los pensamientos de la gente. Se dieron cuenta de que cada uno pensaba en sus
cosas, pero no se lo decía a nadie. Y así, desde luego, es imposible entenderse
con los demás.
De golpe, Marcos se dio
cuenta de que ya se había hecho tarde. Estaba oscureciendo, y empezó a notar lo
cansado que estaba. Sus padres estarían preocupados por él… ¿Cómo iba a volver
a casa? Se asustó… Oscurecía más… Y estaba cansado, muy cansado. Los ojos se le
cerraban solos, le pesaban… No pudo evitarlo y al final los cerró, sólo un
ratito…
Y, cuando los abrió
otra vez, se encontró a sí mismo con la cabeza entre los brazos, recostado en
su escritorio, y con el cuaderno de matemáticas aplastado debajo de la cara.
Levantó rapidísimo la vista para mirar por la ventana, pero Sara ya no estaba
sentada en el bordillo de la acera, ni tampoco estaba su bicicleta morada.
Marcos ya no sabía si la vio de verdad, o la imaginó… o tal vez sólo existió en
sus sueños.
Fuera como fuera, lo que
sí sabía es que esa tarde había aprendido algo muy, muy grande: la importancia
del diálogo. Es decir, la importancia de no callarnos, la necesidad que tenemos
todas las personas de expresar a los demás lo que pensamos, lo que sentimos en
cada momento, nuestras ideas, nuestras opiniones y nuestros valores.
Sin diálogo es
imposible llegar a un acuerdo. Nosotros no tenemos ningún audífono mágico:
¡Mala suerte! Así que no podemos adivinar los pensamientos de nadie, ni los
demás los nuestros. La única forma que tenemos de saberlos, y, por tanto, de
entendernos, es comunicándolos.
Así
que recuerda: hablar las cosas es muy importante. Cuando algo te de vueltas en
la cabeza, acuérdate de lo tristes y serios que viven los habitantes de
Silencio… y encuentra a una persona adecuada para contárselo.
Si alguien te ha
molestado y te has enfadado, ¡díselo!, siempre de buenas maneras. Si llegas a
casa triste o de mal humor porque te han reñido en el colegio, en lugar de
fastidiar a tu hermano pequeño, cuéntaselo a mamá o a papá.
Si alguien dice algo
que no te parece bien o que no ves justo, da tu opinión, y que el otro dé la
suya. Todos tenemos nuestra forma de pensar y una explicación para las cosas
que hacemos. Si lo hablamos, es decir, si dialogamos, todo se vuelve mucho más
fácil.
Y ahora que Marcos sabe
todo esto, no dejará de intentar volver a soñar con Silencio, si es que lo había
soñado… para contarle a Sara y a todos los habitantes de su pueblo la
importancia del diálogo, ¡y que por fin recuperen sus sonrisas!
-- FIN --
Aprender más sobre los
valores
Algunas
preguntas para reflexionar sobre el cuento
-¿Qué es el diálogo?
Descríbelo con tus palabras, como lo hayas entendido.
-¿Por qué crees que es
importante para las personas comunicarnos? ¿Qué te imaginas que pasaría si no
pudieramos comunicarnos?
-Explica
por qué piensas que la gente de Silencio está tan seria, callada y triste. Y
tú, ¿cómo te sentirías si vivieras en Silencio? ¿Qué emociones tendrías si no
pudieras hablar con nadie?
-En el cuento se nombra
a dos conductores que salen de sus coches para pelearse. ¿Por qué crees que en
Silencio, como dice Sara, “a veces la gente no se puede aguantar el enfado y se
vuelve agresiva, y acaban portándose mal con los demás”? ¿Piensas que el
diálogo podría ayudarles a no enfadarse tanto? ¿Por qué?
-Imagina que Marcos
consigue enseñarle a Sara la importancia del diálogo, y Sara decide hablar con
las amigas con las que se enfadó. Describe cómo te imaginas que sería la
situación. ¿Conseguirían arreglarlo y volver a ser amigas?
-Y tú, ¿sueles hablar
de lo que piensas y de cómo te sientes? ¿Con quién/quiénes lo hablas? ¿Te
resulta fácil o difícil?